En las zonas rurales del Perú, el traje es un importante distintivo, fruto del sincretismo de los elementos prehispánicos con la ropa europea que fue necesario llevar durante el periodo colonial.
El tradicional anacu inca fue transformado por las mujeres en las conocidas polleras. Según la región, una falda negra es acompañada de una faja de colores diversos, adornada con flores en la sierra de Piura o la lliclla de lana de colores en Chiclayo.
En la sierra de Lima, la falda lleva una cenefa en rojo y negro y, en Junín, al igual que en Cajamarca
y en el Cusco, las faldas ya no son negras. Las mujeres dejan asomar bajo su falda varias polleras de algodón bordadas, hasta con hilos de oro y plata, con hermosos dibujos en el borde. El poncho data del siglo XVII y, al parecer, es una variante del traje masculino, el unku. Los tupidos ponchos cajamarquinos no dejan filtrar el agua; son tan largos como en Puno, en donde se trocan por rojo durante los días de fiesta. En el Cusco, los ponchos son cortos y con figuras geométricas muy elaboradas sobre fondo rojo.
En la costa, los ponchos fueron utilizados por los latifundistas y están hechos de algodón o de lana de vicuña. En la selva, tanto hombres como mujeres de ciertos grupos étnicos, visten una cushma, una túnica amplia cosida a los costados, adornada con tintes y figuras geométricas de la región. Los trajes suelen ir acompañados por sombreros de lana o paja, algunos de colores. Pero en las zonas de mayor frío en el ande, se suele utilizar el chullo, un gorro tejido de lana que cubre las orejas y que está decorado con motivos geométricos.
Los bailes regionales requieren de trajes distintivos. En la costa, para bailar marinera el algodón de la falda fue reemplazado por la seda. En el ande, los danzantes de tijeras adornan su hermoso traje con espejos y bordan a su dios protector en la espalda.
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